De una forma u otra, la música está presente en casi todas las esferas de nuestras vidas. Puede ser, por ejemplo, insertada en una escena de una película de terror para aumentar la tensión y la angustia, o bien puede ser utilizada durante una clase de fitness para que sus asistentes sigan el ritmo adecuado.
Por otro lado, en cualquier evento social que se precie no puede faltar alguna melodía, aunque sea de fondo. Desde la famosa marcha nupcial de Richard Wagner en una boda hasta las bandas y cantautores que ambientan los bares nocturnos, la musicalidad está siempre presente.
Los individuos de todas las sociedades humanas pueden percibir la musicalidad y ser sensibles emocionalmente al sonido (Amodeo, 2014). Para cualquier persona es sencillo saber cuándo una canción le agrada, le provoca tristeza o incluso euforia. Y, como muchas otras cosas presentes en nuestras vidas, aceptamos la existencia de la música como algo natural. No obstante, analizada desde un punto de vista científico, la capacidad para crear y disfrutar de la música es algo bastante complejo y que ha atraído la atención de investigadores pertenecientes a muchos ámbitos diferentes.
