A pesar de haber nacido en Nueva Zelanda, crecido en Australia y construido su carrera en Corea del Sur, Rosé tiene claro dónde pertenecen sus raíces.
“Me siento coreana, por mi familia y por los años que viví aquí. Si alguien me habla en inglés mientras duermo, le respondo en coreano sin pensarlo. Es un instinto natural”, explicó.
Esta mezcla de influencias moldeó su identidad y su música. “Crecí entre culturas muy distintas y eso afecta la forma en que veo el mundo. Mi sonido, mis letras, todo tiene un poco de cada lugar por el que pasé”, dijo.
Aunque su carrera la llevó a viajar constantemente, siempre encuentra la manera de volver a sus orígenes. “Regresar a casa, ver a mi familia y amigos, es lo que me da estabilidad en medio de todo el caos”.
Para Rosé, la música es también un puente entre culturas. “El K-pop logró conectar con personas de todos los rincones del mundo, y me enorgullece ser parte de eso”, afirmó.
Sin embargo, admite que aún hay desafíos cuando se trata de representar su herencia en la industria global. “A veces siento que tengo que explicar quién soy o de dónde vengo. Pero creo que cada vez hay más apertura y reconocimiento hacia los artistas asiáticos”.
Al final, lo más importante para ella es seguir siendo auténtica. “No importa el idioma o el país, la música es un lenguaje universal. Solo quiero seguir contando mi historia de la manera más honesta posible”.
