Uno de los pilares de la música actual puede estar en la relación materno-filial. Ian Cross, profesor de Música y Ciencia e investigador de la Universidad de Cambridge, ha estudiado la edad de adquisición, por parte de los bebés, de la totalidad de las facultades que permiten la percepción musical, concluyendo que antes del primer año de vida ya han desarrollado estas capacidades al nivel de un adulto. El desarrollo del lenguaje verbal, por el contrario, será más dilatado en el tiempo.
Para hacer frente a esto, los progenitores del niño recurren a una peculiar forma de comunicación. Como describe Amodeo (2014), cuando una madre o un padre habla a un bebé lo hace de forma diferente a cuando establece una conversación adulta. Al hablar al recién nacido mientras se le mece de forma rítmica, se utiliza una voz más aguda de lo normal, usando patrones repetitivos, entonaciones un tanto exageradas y unas curvas melódicas muy marcadas. Esta forma de expresarse, que sería un lenguaje innato entre el hijo y la madre, ayudaría a establecer entre ambos una conexión emocional muy profunda. Los padres que en tiempos hostiles tuvieran esta capacidad verían facilitados los cuidados a sus descendientes ya que, por ejemplo, podrían calmar el llanto de un niño, evitando que pudiera atraer a los depredadores. Por ello, aquellos con esta habilidad pre-musical tendrían más probabilidades de que sus genes y sus características sobrevivieran y fueran propagados a lo largo del tiempo.
Martín Amodeo sostiene que los movimientos rítmicos y las vocalizaciones singulares que realizaba el progenitor darían origen al canto y la música. Además, la capacidad de los bebés para captar esto se mantendría a lo largo de la vida y permitiría que, en la edad adulta, pudiesen sentir emociones al escuchar una determinada combinación de sonidos, por ejemplo, en forma de composición musical. Este mecanismo de interacción materno-filial es común a todas las culturas, por lo que se considera universal e innato.
